En Tarapoto vivir y soñar es lo mismo.
La música proveniente de las casas empieza a escucharse al compás de los primeros rayos de luz con los que el sol pinta de vida al que es uno de los lugares más hermosos del mundo. A solo metros de la ciudad, el verde que inunda los paisajes, las nubes de color rosa, la rareza única de árboles exóticos, aves coloridas, la diversidad inacabable de una fauna abundante y las sonrisas de gente sencilla que baila cuando camina y canta cuando habla, se complementan para conformar un paraíso terrenal que la naturaleza decidió crear en plena selva peruana. Perfecto y deslumbrante, es imposible poner un pie en este lugar sin ser invadido por una poderosa necesidad de protegerlo.
Tarapoto no es solo un paraíso, es una necesidad. La deforestación mundial ha alcanzado niveles nunca antes vistos. El ser humano depreda incansablemente los recursos que garantizan su propia existencia con una irresponsabilidad tan dolorosa como incomprensible. Una industria multimillonaria que promueve actividades ilegales como la tala de árboles, la minería informal y el tráfico de tierras, ha consolidado un mercado de la muerte que saquea sin piedad todos los bastiones naturales que mantienen la vida en nuestro planeta. A esta tragedia se le suma una inmensa ignorancia que promueve una falsa abundancia de recursos donde en realidad solo existe una delicada articulación de ecosistemas. El ser humano está llamado a proteger la vida, sin embargo, esta frágil armonía natural está siendo amenazada por la avaricia de hombres inescrupulosos que se apoyan en la pobreza de locales olvidados por sus países quienes, contradictoriamente, encuentran una manera de sobrevivir destruyendo la vida. El hombre mata en horas lo que la madre naturaleza creó meticulosamente durante siglos, y es precisamente esta desproporción la que amenaza la continuidad de nuestra especie.
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